Recuerdos de un escritor en potencia

¿Cuántas veces hemos escrito en nuestra vida? No importa qué, cuándo ni cómo, solo que escribimos. Las letras nos acompañan desde casi el principio pero es cuando aprendemos a plasmarlas en una hoja cuando nos hacemos amigas suyas.

Y es el don de entenderlas, de degustarte con cada trazo, el que te abre la puerta a un mundo nuevo: el mundo donde tu controlas el tiempo y el espacio. Los que nos hacemos amigos de las letras empezamos a jugar con ellas y aprendemos a juntarlas, a darles forma, y creamos textos muy distintos entre sí pero de los que aprendemos para mejorar en el futuro.

Esos textos no pueden caer en el olvido y es por eso por lo que comienzo este proyecto; para aprender de como escribía y despertar la palabra aletargada que queda en mí.


Soliloquios

Alpinistas

Tras subir una cuesta tremendamente exigente no hay acción más humana que girar sobre ti y jactarte de la vastedad de todo lo que queda ahora bajo tu mirada. Y este principio funciona tanto literal como figuradamente.

Pocas cosas gratifican tanto como esto, como ver de dónde venías, por todo lo que pasaste, todas las veces que dijiste "ya he llegado a la cima" y aún así te quedaba tanto por recorrer... Reconforta. Estas palabras nacen una vez habiendo releído mis escritos anteriores, de haber sufrido de nuevo los latigazos que entonces cada revés me dio. Puedo sentir aún su tacto férreo y cortante, las ligaduras que me ataban unas muñecas que ahora veo libres. Se puede decir que soy casi otro. Me animé a hacer, me arriesgué y esa decisión, esa misma que cualquier ser cuerdo hubiera desterrado por irreflexiva, fue la que desancló mi pesadumbre y me liberó de muchas de las cargas que llevaba.

Aquí estoy. Años de subida dan frutos. Y digo años. Años con hoyos, con hondos socavones repletos de viles sombras como las que suelo mentar, donde me replanteaba el seguir subiendo y me tentaba la idea de entregarme al desánimo en el frescor de aquel agujero. Quizá no hay cima, me decía a mí mismo, quizá es una cuesta eterna. Y así lo fue durante mucho tiempo: impracticable, desafiante... Doblas la vista y contemplar ese inmenso paisaje requiere de un esfuerzo demencial. Pero estoy feliz. Por una vez en mucho tiempo. Curado. Y aunque mis tobillos puedan flaquear cierto dia, sería momentáneo. Queda un largo camino que siento que ya he aprendido a recorrer solo y, por eso, es cuando es más posible que alguien quiera unirse.

Las sombras


Dicen que las sombras nunca se extinguen. No penséis en las sombras habituales, en esas risueñas copias salidas de un titilante foco de luz. Las sombras de las que hablo emanan de la oscuridad. De la oscuridad y de la soledad más absolutas. No son siluetas, pero sí oscuras y muy peligrosas. Pueden ser un miedo, una inseguridad, un complejo... pueden adoptar muchas formas pero tu y yo sabemos que jamás se marchan. Se quedan ocultas en el más estrecho recoveco, bajo esa autoestima que nos labramos (aunque a veces se parece más a una coraza), dando la falsa apariencia de una seguridad transitoria. Esas sombras reptan, se deslizan por cada centímetro de tu ser en busca del lugar adecuado para lacerar cualquiera que sea la nueva vulnerabilidad que ha surgido. Son carroñeras. Desgarran tus esperanzas y tu valor, tu alegría y tu ímpetu. Aprovechan cada mísero vñivere desprotegido para asestar una dentellada que deja huella.
Y vaya si la deja. Nos suelen ganar. Nos suelen hacer caer a la lona con un golpe rastrero y sucio. Nos quitan la fuerza y nos relegan a la soledad de nuestra habitación, a la oscuridad más cruda, donde ellas se sienten capaces de todo.

Pero ese aspecto no es el mayor peligro de las sombras. Las sombras nos desmembran a todos, muerden y arranca, pero las combatimos. Está en nosotros. Somos luz por brillar que se desvive por salir adelante. Y sin embargo, ni ella es suficiente algunas veces. Algunas veces que probablemente hayáis vivido.
Cuando las sombras terminan por rebañar hasta tus entrañas, empiezan a contagiar. Aprenden a vivir en ti, aprenden a usarte como un vehículo dócil y manipulable, a escapar de la comodidad de su prisión de oscuridad para corromper cualquier ápice de ilusión que pueda surgirte.

Este es el mayor peligro de las sombras. Envenenan y aniquilan tu vitalidad y arrastran ese lastre cada vez que te relacionas con otros. Las sombras abusan de ti en cada ámbito de tu vida sin que seas consciente, perturban tu forma de ver el mundo, de sentir; pervierten tus deseos más bellos y profundos y los sustituyen por añoranzas que saben que te llevarán más rápido a rendirte y darles el control total a ellas.
Conocen tus más secretas debilidades y las explotan; te bombardean fomentando, atrayendo esos eventos que temes y que las hacen crecer, a ellas, a las sombras, a esos miedos e inseguridades. Y así vives aterrado. Solo vives pensando en la próxima vez que todo se torcerá, en qué disparatado y tosco giro llevará a que, una vez más, ocurra lo que más tememos, por lo que más sufres, lo que más te anula y lo que sufres continuamente cada poco tiempo.

¿Qué se puede hacer? Siempre mi bolígrafo termina escribiendo su propia solución, la clave maestra que comienza la recuperación de aquello que lo atormenta. Pero por una vez no. No, porque no la conozco. Quizá mis sombras agarrotan y tergiversan mis trazos. Quizá tras años de contagio nada pueda lograrse. Solo tengo como arma la vana esperanza de que las cosas mejoren, aunque a veces me da por pensar que es un espejismo, una sucia treta de mis sombras para que vislumbre una esperanza que nunca llegará mientras me continúan devorando hasta que no quede nada.



Páginas


Las páginas no siempre son personas. Pasar página no tiene por qué ser superar la pérdida de alguien a quien querías, sea esta pérdida de la forma que fuese. A veces con ello nos queremos referir a abandonar una versión de nosotros que lleva mucho tiempo asentada pero que nos parece violenta y extraña. Incluso la metáfora se queda ridícula. No es como pasar una página, quizá es más como abandonar de golpe una novela que te tiene enganchado.

Te quedas varado en esa página. Haces el ademán de haberla pasado, pero se te queda pegada al dedo. ¿Y qué hacer cuando está tan fuertemente adherida? Puede que el principio del fin. Con la página cogida, miras lo que habías escrito antes, necesitas intentar ver cómo has llegado ahí. De alguna forma crees saberlo, porque en este tiempo te has dicho mil veces que habías cambiado, que ya no eras así y que estabas más cerca de pasar página. Y cuando lo miras, es desalentador. Hace mucho yo escribía bien, pero eso se marchitó. Cuanto más me acerco a la página que no puedo pasar, más veo tachones y renglones torcidos. Veo trozos de papel desgarrados y raídos, como intentando borrar lo que hice para engañarme y tapar las cosas malas, teniendo la apariencia de que así avanzaba. Pero al leer esa caligrafía no me reconozco. Todo lo que alguna vez defendí y aborrecí está ahí escrito. He traicionado todo lo que soy, he hecho todas esas cosas que dije que jamás haría. Me he convertido en mucho de lo que odiaba y me engañé  creyendo que era diferente. ¿Qué queda de mí?


Posiblemente la lección de que escribir mal es permisible, pero no taparlo con tu ego. Admitir que no tienes fuerzas para escribir ni para pasar esa dichosa página. Admitir que es mejor que nadie intente ayudarte a seguir escribiendo porque va a ser parte de uno de los muchos tachones. Suelta la pluma. La decisión de escribir es solo tuya. Hay mucho que hacer en vez de ello. Quizá solo te falta vivir plenamente para tener que cosas que escribir en la página nueva. Cosas que no se tuerzan o aparezcan tachadas. Cosas que puedas leer con orgullo. Porque importa poco lo que hagas mientras asumas las consecuencias y sea lo que realmente creías correcto.

Elipses viciosas

A veces los círculos viciosos se vuelven elipses por las que vagas perdido alternando dos puntos. Comienzas en uno de ellos y te conciencias de que la salvación está en el otro. Y avanzas. Pero las elipses son más peligrosas que los círculos. Tardas más en darte cuenta de donde estás, tardas más en jactarte de que estás atrapado. Pasas meses, años, caminando por una línea combada que lleva a aquello que crees necesitar y al llegar solo ves un letrero que dice "Quizá el otro punto no estaba tan mal. Puede que te queden cosas que hacer allí" Y vuelves. Rehaces tus pasos, esta vez, solo en un segundo, en un cambio repentino de actitud que te termina de perder.

Pero en ese momento das el paso de verdad. Tras recorrer la elipse viciosa y tardar años ya sabes dónde estás. Sigues sin la menor idea de cómo salir pero al menos ya sabes que hay que salir. Que tu punto de partida es suficientemente atrayente para forma una elipse.

Pero, ¿cómo salir? Creo que la solución es modificar los puntos de partida. ¿Por qué todos imaginamos una elipse horizontal? Quizá una muestra de nuestras limitaciones, pero lo cierto es que hay infinitas elipses que pueden ser dibujadas. Así, de esta forma, de esta otra manera... Puede que el problema no sea la elipse, sino la forma en la que se ha conformado. La elipse ha sido y es tu camino pero, al menos a mí, me han impuesto su otro foco. El punto de partida es mi propia desgracia, pero el opuesto es la solución que otros imaginaban para mí estancamiento. Volvamos a dibujar. Tomemos el control. El punto del que partimos es "inelegible", pero la solución debería ser nuestra. ¿Por qué caminar hacia delante sin rumbo claro es lo que hay que hacer? ¿Por qué está mal aceptar lo atrayente del punto de partida? Yo comienzo a no creerlo. Yo controlo mis tiempos. Yo sé qué camino piso. Yo sé cómo solucionarme. Yo voy a elegir cómo dibujar mi elipse.


¿Y sabéis? Lo primero de todo es hacerte amigo de tu punto de partida. No rechaces lo atrayente de él y no habrá elipse. La solución a tu problema se impondrá porque nada te dirá que es mejor volver. Esa es la forma de salir de una elipse viciosa. A veces se nos olvida que si hacemos fuerza en sus límites, se pliega, y acaba convirtiéndose en una línea recta con problema inicial y solución.

Nada funciona

Avanzar por inercia es algo que no puedes hacer mucho tiempo. Hay tiempos buenos y tiempos malos, y cuando llegan estos últimos solo te queda confiar en que cambiará y marcarte objetivos en los que encontrar la felicidad que ya no tienes. Pero no es sostenible durante mucho tiempo.
Puedes concienciarte de que las cosas cambian siempre a bien y que solo son malas rachas o que hacer las cosas que te gustan te hará feliz pero ese engaño no funciona eternamente si por dentro sigues igual. Si el tiempo pasa y avanzas por inercia. Quieres vivir pero no vives, simplemente te resignas a vivir.

Si miras en ti mismo no te reconoces. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Hace cuanto que dejé de ser feliz? Porque realmente no lo sabes. Llevas mucho tiempo ahogando tu vacío entre tu optimismo mental y no pensar mucho en ello. Pero duele igual. Aunque lo evites, aunque no pienses, algo en ti no funciona y tarde o temprano va a resurgir con mucha más fuerza.
Te come por dentro, poco a poco. Eso también lo ignoras. Piensas que lo vas superando, piensas por momentos de felicidad puntuales que algo está empezando a cambiar... para darte un batacazo contra el suelo que te deja sin respiración. Y una vez ahí, tirado, sin moverte, ves como eres ya el único así. Conocías a más gente como tú, sin esperanza, más perdida incluso, y ahora ellos se han levantado, su vida ha cambiado, empiezan a vivir de nuevo. Ellos no han cambiado mucho, pero sí sus circunstancias. Las cosas mejoran para ellos y se les ve felices, y son gente que quieres y por eso te alegras, pero por dentro te está matando. Les sonríes, te alegras por ellos pero siendo muy egoísta preguntas "¿Y yo qué sigo aquí?" para más tarde torturarte pensando en lo miserable que te has vuelto cuando te duele que los demás sean felices. Y te odias más aún y te cuestionas si has llegado a un punto del que ya no es posible salir o si tiene solución.


Siempre ves la luz, sabes que los demás la están alcanzando. Pero, ¿cómo los ves? En el suelo, hecho un ovillo por el golpe que recibiste mientras se alejan, poco a poco, y tú, cada vez más, comienzas a creer que la luz que ves y a la que te encomiendas para que todo funcione no es más que un espejismo que no podrás alcanzar.


Testamento prematuro

Casi nunca estamos preparados para hacer frente a lo que significa la muerte. No nos despedimos ni tratamos a los demás como si fuera la última vez que lo vayamos a ver, entre otras cosas porque ello nos distraería de lo que significa vivir y solo seríamos miedo.

Pero hay veces que desearíamos vivir así. Un día, tan rutinario y parecido a los demás, te enterarás de algo que te parecía imposible; alguien cercano ha muerto. Y digo imposible porque entre la imposibilidad y no valorar una posibilidad no hay tanto recorrido. Salvo excepciones, nunca te habías planteado la vida sin esa persona y, sin embargo, de sopetón debes experimentarla. Y piensas, te maldices y piensas en que podrías haber actuado de alguna otra forma mientras aún vivía.
No estamos preparados frente a la muerte. La ahogamos. No pensamos en ella. No la tenemos presente. No la creemos posible.
Y quizá este hecho esté detrás de por qué la muerte nos causa tanto dolor. Porque vivimos sin que encaje en nuestros planes de futuro, nuestros y de los que nos rodean.

Pero hay momentos en los que la muerte nos rompe por un momento nuestros escudos para evitarla. Y ocurre precisamente cuando alguien cercano muere. Y entonces es imposible no pensar en esos momentos en ti mismo, en qué tú tienes unos planes a futuro, unos sueños, unas esperanzas... y que pueden esfumarse la próxima vez que salgas a la calle. No todos los que estemos leyendo esto vamos a morir habiendo vivido una vida plena. Creo que es algo que debemos aceptar.


Yo vivo de sueños y me creo inmortal, seguramente como muchos de vosotros creéis. Y hace poco se me derribaron todos los escudos que bloqueaban la muerte y llegué a una parte de mí que pocas veces he visto. ¿Y si muero dentro de poco?  Nadie aceptará que te hagas estas preguntas porque, como ya he dicho, bloqueamos a la muerte y no queremos si quiera que se nos mencione. Pero es que podría morir pronto. O tarde. No lo sé.

Le temo con toda mi existencia a la muerte, pero no me preocupo por mí. Cuando yo muera, no seré nada, no será mi problema; será un problema que tendrá que sufragar la gente que me quiere. Tendrán que anteponerse a mi pérdida.
Y si yo me imagino sin ellos y se me destroza el alma. Ellos tendrán una sensación parecida. Y por eso estoy escribiendo esto.

No quiero lágrimas. Jamás querré que nadie me llore. No quiero que los demás tengan más sensación de tristeza de la necesaria. Porque yo nunca he sido así. Porque últimamente veo morir a mucha gente y veo desolación tras de ello. Y me duele en vida. Morir me está doliendo en vida, pensando en cómo los demás podrían sufrir si yo, de repente, muriese. Y a mí la muerte no me dolerá, eso ya está dicho. Pero tampoco quiero que haga daño a los demás.

Quiero escribir este testamento prematuro por esa razón. Para que mi muerte no signifique irme yo y dejar pena en todos los que conozco. Sino dejar un poco de mi yo aquí. Y esta carta es la primera prueba de que dejo algo en este mundo. Las siguientes solo podrán ocurrir cuando yo ya me haya extinguido, cuando las personas que quiero sientan dolor, pero sepan que siendo fuertes e intentando superarlo con todas su fuerzas es la forma en la que yo seguiré aquí.


Por eso, leedlo bien, si tarde, temprano o en cualquier momento yo ya no estoy, reuniros con alguien más que llore mi pérdida y hablad de mí. Sin sufrir. Con una sonrisa en la boca. Porque no se puede tapar el hueco que una persona deja, es necesario hablar de ella y recordarla, pero ya que hay que hacerlo, mejor que sea sabiendo que si se alegran del tiempo que han vivido conmigo en vez de sufrir por el tiempo que ya no vivirán, sería la forma en la que yo habría sido feliz y en la que mi recuerdo nunca les hará daño, que sería la peor de las muertes.




Estar vacío
Estar vacío puede ser horrible, pero sobretodo es peligroso. Porque estar vacío no es precisamente cómo estamos, sino cómo creemos que estamos. Somos los mismos, pero tan dolidos, destrozados y confundidos, que activamos nuestro propio bloqueo y nos vemos incapaces de sentir nada. Por eso es peligroso. Porque es en la desesperación donde más fácil es hacerte daño.
Al fin y al cabo, ¿cómo puedes pedir a alguien que siente algo después de mucho tiempo que no se confunda? Simplemente no puedes, porque sentirse vivo de nuevo hace que se sienta tan cálido que se dice "¿es amor?" y la respuesta que se da es casi siempre sí.
Pero tras pensar un poco te das cuenta de que es algo más. Que entender eso como estar enamorado es confundirse. ¡Es lo que te ha sacado de un hoyo! No sientes amor, es un vínculo diferente. Es sentirte tú mismo con alguien, sonreir como un idiota y darte cuenta de que pocas veces has sido tan feliz. Es una maravilla. Por eso jamás debes perder a esa persona, porque lo que sientes por ella es algo extrañísimo pero que no merece la pena intentar explicar. No hay que pensarlo, solo estar cerca y nunca alejarse demasiado, porque cada día que paséis juntos va a ser un día para recordar por siempre.
Y cuando digan "Pero, ¿os gustáis? ¿Sois pareja? ¿Sois amigos?" siempre responder: "Nada de eso. Simplemente somos nosotros"

Gracias. Te quiero muchísimo.


Razones
Siempre he pensado que las cosas pasan por una razón, pero quizá seamos nosotros los que buscamos razones para las cosas que nos pasan. Es la diferencia entre buscar un significado a nuestra vida o hacer que nuestra vida cobre nuestro propio significado. Es pasar del por qué, del "¿por qué me pasa esto?" para comenzar a influir en lo que nos pasa.

Porque buscar significados te acaba dejando como un cuerpo vacío, que no anda, que arrastra los pies, confiando en que las cosas, irónicamente las únicas que no somos capaces de controlar, cambien y nos sean propicias. Cuando caigamos en un hoyo, ¿cómo vamos a salir de el si solo nos arrastramos? Esperaremos a que algo nos saque. Sin movernos. Pretendemos que alguien haga por nosotros lo que somos incapaces de hacer.

Pero la oscuridad envalentona. Le tenemos miedo desde siempre, pero es solo en nuestra más absoluta oscuridad donde solo nosotros podemos brillar. Es un resorte, un seguro que nos garantiza poder levantarnos. Y ese día nos decidiremos a cambiarlo todo; nos preguntaremos otro por qué, el ¿por qué no van a ser las cosas como nosotros queremos? Y ese por qué es el que nos acaba salvando.

Volvemos al principio. Para ser salvados, primero debemos salvarnos, eliminar todo aquello que nos lastra y hacer caso a lo que nuestro interior nos pide de verdad. Y así, aparecerá otra luz en la oscuridad, nos agarrará bien fuerte, y en ese preciso instante es cuando la oscuridad parecerá menos aterradora que nunca.


Atrapados

Sentir que no puedes escapar no es lo mismo que sentirte atrapado. Atrapado significa perder la esperanza de escapar. Y de querer intentarlo. Y la peor forma de estar atrapado es estarlo sin cadenas o redes.  La peor forma de estar atrapado es estarlo en ti mismo.
No puedes huir de ti, ¿para qué intentarlo? Tú mismo te bloqueas, te contradices... Sabes qué quieres pero en el fondo no tienes ni idea. Has sentido cosas enormes; has creado unos lazos fortísimos. Que han acabado atándote de pies y manos, sin capacidad de escapar. Ni de lamentarte. Solo de ver como no puedes escapar. Como ni siquiera lo intentas.
Quieres volver a sentir, ¿pero el qué? ¿Amor? Ya lo sentiste en tu grado máximo. ¿Qué te queda después? Un fantasma. Un fantasma que te azota usando aquellos lazos rotos como látigos punzantes hasta verte desangrado. Y las heridas duelen; duelen tanto que necesitas sanarlas. No puedes acabar con algo que ya no existe, pero sí con el dolor que sientes. Y eso buscamos. Un cariño. Una relación extraña que te haga sentir bien. Tampoco es tu ideal. Tu ideal es amar, pero no puedes. Estás atrapado.

Suena egoísta si no lo has vivido. Los fantasmas se marcharán, hazme caso.
¿Cuando? No se sabe
¿Y mientras? Mientras ten la esperanza de encontrar a otra persona atrapada cerca de ti.
Sin amar estás atrapado, pero quizá encontrar a otra persona atrapada pueda hacer que encontréis la fuerza para intentar escapar. No juntos, pero sí por vuestros respectivos caminos.

Espero poder escapar dentro de poco. O intentarlo. Que, no lo olvidéis, es muy distinto a estar atrapado.


Formas de morir

Ha muerto algo en mí. Supongo que hay cosas que guardamos bien hondo, donde nadie o nada puede tocarlas. Y llegan ahí porque pasa mucho tiempo hasta que avanzan, hasta que pelean con toda la vorágine que eres y se depositan en el lugar de las cosas que das por supuestas y que nunca cambiarán. ¿Y sabéis qué? Esas cosas te mantienen como eres. Te mantienen vivo y equilibrado... Por eso tiemblo mientras escribo. Temblar, dolor de tripa, ganas de acabar con todo y todos; son las respuestas ante un daño que no duele; mata

Ser pesimista no se elige, más bien ocurre por defensa de estas situaciones o ,en general, alguna desagradable. Una persona pesimista ha muerto por dentro y se ha recompuesto con pedazos marchitos de lo que una vez fue. No vive, sobrevive. Poco más. Y no es poco, porque se puede estar peor. Se puede ser tan gilipollas de meterte los dedos impregnados en alcohol en la puñalada y agrandar la herida para que luego te rematen con mayor precisión, porque siendo optimista solo consigues eso, que una y otra vez te acribillen sin pensar y dudar. Cada vez más facilmente. Cada vez más hondo. Hasta que llega el momento en que no puedes ni siquiera reconstruirte con tus pedazos. Peor que romperse es no poder arreglarse.

Estoy así. Y demasiadas veces me han arrancado y desmembrado elementos de aquel lugar secreto y mío. Parecen juegos y pruebas que el destino impone, que se inventa de donde era imposible sacarlas, y que te matan. No me queda luz. Me han dado el golpe de gracia. Siento un nuevo yo que nace, relegando a la versión más amable, pasional y valiosa a un olvido tan oscuro frío y triste que con el tiempo ya será impenetrable. Se cerrará y devorarán al yo que alguna vez amé. Este nuevo yo que arranca vitalidad, me come ilusión y fuerza, y me agria y me transforma en una sombra moribunda y húmeda como mi forma de ser pensé que siempre evitaría que me convirtiera, incapaz de sentir nada más que lo que no siente, el vacío, el que ha dejado la vieja buena persona que me consideré.
Estar muerto figuradamente debe ser esto. Soportar tu carcasa a base de dolor, pesimismo, ira y lágrimas falsamente superadas. Despertarte cada mañana repudiando soportar tu cuerpo, porque ya no existe esa alegría de vivir, y solo es una carga. Desear huir. Desaparecer para todos sin morir. Algo más grave, querer desaparecer de la mente de rodas las personas que guardan el mínimo buen recuerdo de ti, porque de alguna forma aquel que recuerdan ya no existe. Está muerto. Lo han matado.


Carta a vosotras

Las palabras no son tan impactantes como un dibujo, ni tan emotivas como una canción, pero son todo lo que tengo. Atrapado en un mundo de arte sin más armas que saber combinar palabras. ¿Cuántas veces desee saber cantar? ¿Y dibujar? Demasiadas. Demasiados momentos frustrado. Pero aquí estoy, uniendo palabras. Y pase lo que pase será lo que sepa hacer. El que escribía bien. ¿Sabía hacer algo más? Sí. Algo como el que más. Odiar a quienes sí podían y ningunear su arte. Y traté encarecidamente de cambiarlo, o más bien, aún trato de, pero es imposible. Esclavo de las palabras. Que a su vez las menosprecia. Cuando ellas son las que lo han sacado de los mayores aprietos. El placer de dejar volar la mano y viajar donde te lleve. Comenzar un viaje sin saber adónde llegarás. Maravilloso. Me frustra ser esclavo de mis palabras. Me alegra ser esclavo de mis palabras. Al fin y al cabo son lo único que se me da bien. Y lo único que necesito. Este soy yo, defraudado por ellas, adicto a ellas, sufriendo por ellas, gozando por ellas, pro lo importante es que están ahí y que soy su enemigo más amistoso; y su amigo más odioso. Pero os amo. Os debo todo. Y espero que hagamos grandes cosas juntos.

Gracias por estar ahí cuando nadie podía ayudarme.

El enamorado esclavo de las letras



Alma destrozada

Nos pasa. Todos conocemos esa sensación que se hace más frecuente a medida que avanzan los años. Entras en un etado de shock porque la realidad sobrepasa todos los límites que tu cabeza había establecido, y te come. Te duele la tripa y te tiembla el puslo. Son las reacciones de tu cuerpo ante tremendo desajuste.

Y un alma destrozada es lo peor en la vida. Tu cuerpo y tu cabeza tardan en reponerse. Sientes ese nudo en la garganta, ese impulso a llorar para que las lágrimas ahoguen lo que sientes. Empiezas a pensar que tu mundo ha cambiado y que jamás podrá ser como antes. Te planteas donde estás, quien eres y piensas, equivocadamente, que tu papel en el mundo deja de tener valor. Tu autoestima se desploma contra el suelo y maldice todo aquello por lo que te encuentras así: el no haber aprovechado mejor el tiempo que tuviste, el no estar en el momento y lugar oportuno cuando deberías...

Un alma destrozada es difícil de reparar. Pocas veces acepta el pegamento que vuelve a unirla. ¿Por qué? Porque el alma destrozada solo ve oscuridad en un mundo de luz. Se centra en las cosas malas, en las cosas que ha perdido y en las que jamás poseerá, olvidándose de las muchas cosas buenas que le quedan y que ella será la única que decidirá si aceptarlas o hundirse en la pena y perderlas.

Mi alma aún está débil. Quiero pensar en todas las cosas buenas que me quedan, pero las que no podré poseer aún me atormentan.
Por otro lado, me doy cuenta. Sé el mérito que tiene lo que he conseguido. He recibido un premio enorme, muchísimo más perfecto de lo que jamás yo he sido ni seré.
Y he conseguido rellenar un corazón vacío, un corazón sumido en dudas; un corazón demasiado maduro, demasiado curtido y demasiado experimentado para que conseguir entrar en él no sea otra cosa que una hazaña. Me siento un héroe, más bien, un caballero dispuesto a crear leyenda.
Pocas personas, muy pocas, han podido despertar tantas cosas y tan fuertes como yo en ti, y mientras tenga el hueco en tu corazón, nadie más lo hará. Seré el último. El último nombre que aparezca en el libro de tu vida, y lo mejor de todo es que ocupare prácticamente todas las hojas de ese libro.

Nadie es capaz de explicarse como te he conseguido. Ni siquiera yo. solo tú tienes en la cabeza esas cosas que me han elegido como tu compañero de viaje. Las cosas buenas acaban para que otras mejores puedan empezar; si nuestro pasado es precioso, imagínate como puede llegar a ser nuestro futuro.



De futuro a pasado

Nos asusta nuestro futuro, eso es evidente. Recuerdo mi época. Estaba cegado por la desalentadora visión de mi futuro; y todo por una razón. La misma razón por la que ahora cambio de bando y es el pasado el que me ataca. Odio reconocer que me enseñó mucho. La mayoría malo, pero eso no quita que me ayudó a madurar. Hay ciertas personas que desequilibran nuestra forma de ser. Destrozan todos aquellos ideales que tienes pero que era necesario atacarlos para que te reafirmes en lo que eres.

Porque ahora mismo soy más yo que nunca pero con una mente más amplia. Y el problema es que mi mente no esta tranquila. Tiene cuentas pendientes con el pasado. No puedo agradecer nada a quien tanto me quito pero tengo esa espina que me esta corroyendo.
Es odio puro, malos deseos... que quiero borrar porque dañan mi propio ser.

Hasta el dia que pueda sacarme esto de dentro digo lo siento, lo siento por todo lo que dije. Jamas perdonare lo que hiciste porque no tiene perdon. No te guardo rencor ni quiero que las cosas te vayan mal porque no soy así... sé feliz y cumple tus sueños, te lo merezcas o no, eso a mí ya no me importa. Te pido perdon pero habiendo quedado patente quien cumplió su palabra y quien traicionó a aquello que sentía y pensaba.



Lavado de cara

Hay veces que entras en un bucle de ese tipo de dias. Ese tipo de dias por el que tarde o temprano pasamos y que tanto odiamos. Te levantas de la cama a desgana, y tras tu apatico despertar solo avanzas, casi arrastrando los pies, hasta el cuarto de baño. Allí, recoges agua con las manos, te lavas la cara... y te quedas mirando al espejo.

En en esos momentos cuando te das cuenta. Ves tu reflejo grisáceo y aunque no te gusta, sigues con la mirada fija. Te estas mirando a ti mismo a los ojos, y es algo que pocas veces podemos hacer, quiza porque nuestro destino esta ligado a sentirnos mal, y todo por no indagar dentro de nosotros mismos. Estas mirandote a los ojos y una pregunta comienza a nacer: ¿Qué le pasa a mi vida?

La rutina te ahoga y sientes que cada día empezará con el irritante sonido de un despertador y acabará cuando tu cabeza se pose en la almohada. Estas soportando sobre tus hombros un mundo que se hace demasiado pesado. Te cuesta sostenerlo y tienes miedo de que te aplaste. Estás lleno de cosas maravillosas, pero que tienes que reprimir porque no tienen un objetivo.

Te miras y no te reconoces. Te falta ese algo, esa pequeña chispa, esa estúpida sonrisa que te sale cuando todo va bien

Terminas de asearte y ese mismo día, no te percatas, pero todo empieza a cambiar.. Porque las cosas mas... alucinantes y especiales ocurren cuando menos te lo esperas. Es cuando estás al borde del abismo, cuando no aguantas más, el momento en que ocurre.
Poco a poco te vas dando cuenta de como han cambiado las cosas, como esa pequeña coincidencia, ese juego del destino, lo va trasformando todo.

Vuelves a lavarte la cara y te extrañas.Ya no tienes los párpados pesados, no tienes ese aura grisácea... ahora te ves y sonries. Porque no te lo puedes quitar de la cabeza. Tu vida esta empezando a cambiar. Lo sientes y te encanta.

Tienes mucha suerte. No preguntes por qué. Simplemente corre, alarga la mano y atrapa las nuevas esperanzas que ahora tienes y abrazalas tan fuerte que te devuelvan el abrazo.